LA BARBA DEL PRESIDENTE

EL PRESIDENTE Fallieres llegó hasta mí y me habló de esta manera:
"Caballero, me acaban de tirar de la barba. Estoy consternado. Estoy atribulado como hombre y como presidente de la república. Para los chinos la trenza constituye un objeto inviolable; yo me enorgullecía de mi barba, florida cual la de Carlomagno, y ahora me avergüenza; me la han manoseado. Si hay en Francia un hombre ajeno a la política, ése soy yo. Sonrío y saludo a todo el mundo; no me duran los sombreros ocho días; se me rompen por el ala. Cuando hablo, es para desear prosperidades a cuantos me escuchan. Mis palabras son conciliadoras; lo mismo frente a los ejércitos que a las escuadras, hallo razones para confiar en la fraternidad de los pueblos. Mi oficio es ser amable; lo soy por convencimiento y por vocación. Me siento inofensivo; y sin embargo me ofenden.
"Esto es injusto. Usted lo reconocerá. Usted es razonable, incapaz de tirarme de la barba. Lo leo en sus ojos corteses. ¡Ay! ¡Qué costumbres las nuestras! ¡Con qué facilidad un mozo de café —mi enemigo es mozo de café— falta al respeto al jefe de la nación! En Oriente, caballero, la persona del rey es sagrada. Una reina de Siam se ahogó a la vista de su corte, tomando un baño, porque ninguno de sus subditos se atrevió a cometer el sacrilegio de ponerle la mano encima. Y yo, que no corría ningún peligro.. . ¡ Qué costumbres las nuestras! Cierto que sin ellas jamás hubiera sido presidente. Lo que me ha pasado es feroz. Prefiero una bomba de dinamita. Es más serio. ¿Qué debo hacer? ¿Afeitarme?"
El afligido rostro del viejo me enterneció, y contesté a guisa de consuelo lo siguiente:
—Señor, lo ocurrido carece de importancia. Los médicos han declarado que el agresor es un espíritu débil.

REFLEXIONES

¿Qué ES la poesía? El amor que descubre su propio ritmo.

No hay remordimiento más triste que el de no haber pecado.

"Padre, padre... ¿por qué me has abandonado?"
No alces los ojos. No hay Padre. Hay la tierra, la Madre al pie de tu cruz. La madre de carne y hueso, ¡ tan poquita cosa! Conténtate con sus cuatro lágrimas. La realidad no da más.

La máquina es una frontera. Es el extremo inteligente de la naturaleza y el extremo material de nuestro espíritu.

Un ladrón es un financista impaciente.

El corazón que no ama es una cisterna tenebrosa, un depósito inmóvil que no recibe ni da. El corazón que ama es el remanso a cielo abierto, donde las mil corrientes del mundo descansan un instante para partir otra vez.
En política no hay amigos; no hay más que cómplices.


No sé si en la época de las cavernas se moría la humanidad de hambre y de frío, pero ahora no cabe duda.

La aparición de la fuerza inclina a la desconfianza. Si deseas convencerme, suelta el palo, y si alzas el palo, sobran los discursos. Con las armas no se afirma la realidad: se la viola.


¿Quién mejor que el buen presidiario cumple la ley? Es el ciudadano ideal. Es la ley hecha carne, hecha ejemplo.

El destino, débil aún, se ensaya. Somos en sus manos flechas sin empuje bastante. Estamos condenados a inclinarnos y a ir a tierra. La fealdad pegajosa de las agonías es el cansancio del mundo.

Desconfiemos de los que no hacen caridad más que a Dios.

Quiero la idea que avanza hacia lo desconocido sin mirar atrás; la idea clavada en las entrañas del misterio, en el fondo del agujero donde sólo cabe una mano; la idea embriagada de soledad y de fe, la idea cuyos golpes no son oídos de nadie. Para ella no hay caminos, porque ella se los abre y no retrocede nunca; no hay propaganda ni comercio posibles. No está en poder de nosotros recompensarla, sino seguirla. Es el vértice sagrado de la humanidad en marcha.


Nuestra imaginación, al crear los dioses, no hacía quizá sino soñar con el destino humano.

Como trabajador que soy, tiemblo a la idea de que un químico humanitario y genial descubra una alimentación baratísima. Si bastan diez centavos al día para no perecer, el salario corriente del obrero en los distritos de alta civilización será de diez centavos con toda evidencia, y los demás salarios —incluso el mío— se resentirán de una ciencia tan misericordiosa.

El amor es inmoral por esencia, porque las costumbres cambian, y el gesto del amor es siempre el mismo.

El amor es una obscenidad deliciosa. Lo ocultamos como los tesoros y los crímenes.

Amor, hecho individual. Hijos, hecho social. De aquí los conflictos eternos y desesperados.

La vida es corta, la muerte es larga. El amor es una estrategia contra la muerte. Ya que hay que acabarnos, queremos siquiera repetirnos, repetir un capítulo, una línea, una letra de nuestro ser.

Matrimonio: amor enjaulado.

Pudor: el terror sagrado ante el más cruel de los dioses.

Siempre inventamos grandes cualidades en los que nos adulan. Éste es el secreto de muchas carreras políticas.

Un hombre aislado puede ser valiente. La multitud es cobarde, quizá por economía.

Buscad el origen o el resultado de vuestra felicidad, y encontraréis la desgracia ajena.

Triste es que no se realice ninguno de nuestros sueños, y más triste, que se realicen todos.

Desgraciados los que tenéis llagas, porque no os faltarán moscas.

Hay quien se extraña de que por lo común los ricos sean avaros. Y, sin embargo, si no hubieran sido avaros cuando eran pobres, no hubieran llegado a ricos. El procedimiento que conserva es el mismo que cría. Para encontrar generosidad es preciso dirigirse a los pobres consuetudinarios o a los salteadores de caminos.

Se creía antes que el honor se heredaba con la sangre, y que era una ventaja tener padres nobles. "Soy hijo de un caballero y de una señora, y me he educado como un rey", era la frase victoriosa que os lanzaban al rostro. La democracia ha invertido el argumento. "Me engendraron en la miseria, os dicen con arrogancia; he hecho de todo para no morir de hambre, he lustrado botines y he fregado platos". Algunos se glorian de no saber de dónde salieron. Las ideas sociales y políticas cambian, pero la vanidad, no.

El amor es fecundo, sí, ya lo sabemos. Admiremos no obstante la fecundidad del odio. El amor auténtico tiende al platonismo, y con frecuencia la lujuria encadena a un hombre y a una mujer que se odian. ¡Cuántos pueden decir: "Mis padres se odiaban, pero he nacido"! Todos los que trabajan para no perecer, o sea los cuatro quintos de la humanidad, odian a muerte, odian al patrón, al capataz, al propietario, al jefe, al negrero. El trabajo terrestre está empapado en odio. Sobre el odio está cimentada la civilización moderna.

Hay un triste momento, y es cuando la farsa humana deja de divertirnos. Cansados del saínete, esas muecas de monos afortunados no nos hacen ya reír, y murmuramos con repugnancia: "Realmente, esto es lamentable, y el autor, muy torpe. Échennos a la calle. Salgamos de este teatrucho infecto a respirar el aire casto de la noche y a contemplar las altas estrellas".

En la vida de Cristo hay un pasaje que siempre me ha reconfortado: "¿Por qué me abandonaste?". Dios abandonó a su hijo, pero la madre dolorosa, la madre de carne y hueso no le abandonó jamás. No vale gran cosa la tierra, pero el cielo es el gran traidor.

¿Qué es lo más interesante de la vida? —Lo imposible.

¿Y lo más piadoso? —La muerte.

¿Y lo más cruel? —¡ Ay! La belleza.


AÑO NUEVO

No ES EL AÑO quien se renueva. El mismo rosario, con tantas cuentas como días, se deslizará otra vez entre nuestros dedos. Por un solo reloj resbalan todas las horas y todos los minutos. Omega es también alfa; el tiempo no avanza, gira; no tiene edad. ¿No comenzó un año ayer, y no comenzará mañana? ¿Qué importa hacer aquí o allá la raya en el río? Cada instante es principio y fin.
Año nuevo: y el verano continúa. El viento no tropezará el 1 de enero, ni el canto del pájaro quedará cortado en dos, ni tampoco el gemido del moribundo. Soldadura invisible a cuyo través pasan las cosas sin estremecerse. Ninguna quilla de buque ha chocado con el Ecuador. Traspasamos al año nuevo nuestro activo y pasivo intactos, nuestras energías y las lacras de nuestra carne; se nos arrastra con idéntica rapidez, englobados en la enorme continuidad de la naturaleza. El año ha empezado; somos un poquito más viejos y nada más.
No es el tiempo el que envejece, somos nosotros. Cuando jóvenes parece llevarnos sobre su ala; más tarde nos deja atrás, y nos fatigamos corriendo en pos de él, hasta que nos abandona, y su terrible corriente nos echa a un lado. Un cadáver es un despojo escupido a la orilla. Pero, ¿por qué entristecernos? Lo que no tiene remedio se examina y se acepta. Envejecer es una prueba de haber vivido, de que se está viviendo aún, y vivir es renovarse para los que son dignos de vivir. Lo dijo el poeta: "Puesto que hay que usarnos, usémonos noblemente".
Ya que no el año, su contenido será nuevo y bello si nos usamos noblemente. Compadezcamos a los seres pasivos que consideran 1909 como un número de lotería, y el horario como una ruleta. Preferible es entregarse al más bárbaro de los dioses y no al azar. En Moloch queda todavía el tosco designio de lo bestial, mientras que la casualidad es totalmente estúpida; prostituirse a ella es prostituirse a las tinieblas, suicidarse con un arma sin nombre. No; que nuestras divinidades sean humanas; que trabajen con nosotros, que nos comprendan y, si lo merecemos, que nos admiren. En cualquier circunstancia hay lugar para el heroísmo, ¿ya qué hemos venido al mundo si no a ser héroes? No necesitamos esperar a que concluya el 31 de diciembre; cosecharemos el año próximo lo que hayamos sembrado antes, y seguiremos sembrando para después. La realidad no se acota; olvidemos el calendario, y atendamos al manantial constante y silencioso que nos brota del alma.

L A C I E N C I A

LA CIENCIA, la del momento, es una religión corta. Como en las demás religiones, la turba no iniciada cree a pies juntos, y son los altos sacerdotes los que vacilan. Hay devotos de los rayos X y devotos de San Expedito. La ignorancia está siempre en terreno firme. Ocupa el seno seguro de los valles, largamente apisonado por las acémilas. Arriba reina el vértigo. ¿Qué Papa no habrá sido ateo un instante? ¿A qué sabio no ha estremecido de angustia el soplo de lo ignorado?
Para los débiles, dudar es desplomarse; para los fuertes, dudar es creer. Sólo nos acercamos a la verdad mientras dudamos; sólo mientras dudamos somos religiosos. La duda al desgarrar ensancha. La certidumbre es una falsedad y un sacrilegio. No hay pensador —hablo de los auténticos, limpios de popularidad— cuya obra no haya sido negación y duda. Los que suspendidos en el vacío de la duda avanzan sin caer, son los que tienen alas: con ellas pasarán sobre la sima, y subirán hacia la luz de las tinieblas.
Los débiles necesitan demostrar lo que ven y lo que no ven, o darlo por demostrado; necesitan la fe, una barra que les sostenga, aunque les empale; necesitan la prueba, el signo, el milagro. De puro débiles no juzgan posible vivir sino por milagro. Necesitan un Dios prestidigitador. La ciencia en uso, eminentemente prestidigitadora, les satisface. Los milagros antiguos eran desordenados y a veces inoportunos. Cuando hacían más falta no acudían y llegaban cuando se les esperaba menos. Los de ahora son dóciles, naturales. Las academias los explican. El débil se figura que la ciencia explica, que la ciencia resuelve, y que debemos maravillarnos de unas cosas más que de otras. En cambio el fuerte sabe que todo es igualmente sobrenatural.
Además, el débil no concibe bien sino la fuerza. Es preciso ser fuerte para comprender que más allá de la fuerza hay algo. El Dios juglar de los débiles ha de manifestarse también hercúleo y suntuoso. Ha de hendir, incendiar, anegar, aplastar y machacar cuando convenga. Ha de conquistar, deslumhrar y explotar el mundo. Así se postra la turba ante la ciencia de la dinamita y de los martillos pilones, la ciencia industrial cebadora de trusts, la ciencia inevitable y práctica que acumula en moles ciclópeas el hierro y el oro.
¿De qué sirve al elegido, al que marcha delante, esa tumultuosa confianza, amplificada por la única fuerza de los débiles, que es el número? ¿De qué le sirve la baja ilusión de los beneficiados a máquina? Ni siquiera le alcanza el clamoreo común. No oye a los hombres, ni es oído. Está solo; es la proa de la humanidad; de frente al infinito, no toca más que aguas oscuras y la sombra magnífica. La ciencia en sus manos no es un arma, ni un amuleto, sino una sonda. Cada eslabón que añade ahonda el precipicio; cada antorcha que enciende revela lo impenetrable de los cielos. La soberbia magnitud de lo desconocido le hace temblar. Embriagado de misterio, y dueño de enriquecerlo y de esparcirlo mediante la ciencia, se siente creador del espectáculo sagrado. Descubre que el drama de la realidad se cumple en su propia conciencia, y que al hundir en la noche el follaje de su espíritu, expresa lo absoluto. De este modo se le aparece él Universo como el molde cambiante y fiel de lo invisible.

EL CATACLISMO

DOSCIENTAS, doscientas cincuenta mil víctimas, provincias arrasadas, ciudades que se desploman de un golpe, el apocalíptico oleaje de lo sólido, el mar que se levanta como un muro, el juicio final para el sur de Italia, muertos lanzados de sus sepulturas, vivos enterrados, los espectros, la llama y la demencia corriendo sobre las ruinas, el infierno abriéndose paso hacia la tempestad.. . Y el cataclismo hiende también las edades, y llega hasta nosotros la voz de Isaías: "La tierra se tambaleará como un hombre ebrio; será transportada como la tienda que se alza por una noche".
La realidad formidable es que el planeta vive. Respira, suda, se estremece; su sangre de fuego circula bajo nuestros pies, su pulso late en los volcanes; sus ondas nerviosas van a las antípodas en pocos minutos; sus polos se aureolan de palpitaciones eléctricas. Somos microbios pegados a su piel. Calabria, San Francisco, La Martinica, Valparaíso, Messina.. . El monstruo se despereza.. . ¿despertará? Un escalofrío algo más profundo, una crispadura que amontone las aguas del Océano en una gota inmensa, irritada lágrima del Cosmos, y la humanidad será barrida.
¿Nos dejaremos barrer? Sin duda es bella la reacción contra la catástrofe. El rey se inclina ante la democracia de la muerte, y trabaja como los demás en arrancar jirones de carne a los escombros. Los pueblos espantados reúnen dinero, y hasta el buen Morgan —¿quién no sabe que hizo su fortuna a fuerza de bondad?— ha enviado su níquel. ¿Y después? ¿Reedificaremos nuestras viviendas sobre el abismo de mañana? ¿Nos resignaremos a lo desconocido?
Ahora es ya imposible. Nuestras almas caminan en tal dirección que no encontrarán quien las detenga. La única manera de vencer lo desconocido es conocerlo. La naturaleza se arma de misterio; desnuda o medio desnuda, como hembra que es, se defiende mal. Y ¿ por qué no confesar aquí nuestras ignorancias del día? Demasiado absorbidos quizá por la lucha con lo infinitamente chico, con los seres que nos devoran célula a célula, descuidamos el ser enorme que nos arrastra a través del espacio, y cuyas menores sacudidas nos aplastan en masa. Apenas nos damos cuenta de lo que ocurre en la superficie del globo, y menos todavía de lo que ocurre debajo. La astronomía es nuestra obra maestra; la meteorología, nuestro bochorno. La humana inteligencia es más poderosa a veces de lejos que de cerca, pero de cerca o de lejos constituye nuestro solo recurso. Para dominar es necesario comprender.
Hay que comprender los terremotos. Cuando los comprendamos estaremos tranquilos. Hoy expresan aún la voluntad del caos, el aullido de la gran bestia. "La tierra se tambaleará como ebria...", sí; ebria de azar. Enfrente nos erguiremos nosotros, ebrios de razón; la voz del profeta era fuerte, la nuestra casi no se oye, y sin embargo a nuestras palabras obedecerá el universo, porque ellas, y no la de Isaías, son verdaderamente mágicas.

UN DIOS QUE SE VA

Pío x HA TENIDO una frase desgraciada, Ha dicho que los terremotos de Calabria y Sicilia son un castigo de Dios.
Nada más ortodoxo. Si no se mueve la hoja del árbol sin que Dios lo quiera, mal podrán venirse abajo las ciudades contra la voluntad divina. Pero nada más inoportuno. Esta época necesita otros dioses; quiere ser dirigida por la esperanza y el amor, no por el miedo.
Bastante divorciada está de nuestro siglo la Iglesia para que su jefe aumente el descrédito recordando tan anacrónicos dogmas. No son los espíritus positivistas a lo Littré, escépticos a lo Gourmont, materialistas a lo Haeckel, dilettanti a lo Renán los únicos que se apartan del catolicismo; son los espíritus religiosos. Hemos presenciado una reacción espiritualista dentro de la misma ciencia; Büchner es ahora una antigualla. Mientras la física evoluciona hacia lo imponderable, y la psicología nos hace sospechar la significación de lo subconsciente, una nueva escuela filosófica, que reúne sus diversas orientaciones bajo el nombre de pragmatismo y que cuenta con los más ilustres ingenios del mundo, refuta el determinismo mecánico, valiéndose de los procedimientos lógicos y experimentales de la cultura moderna. Todos estos "no ateos" vuelven la espalda al Vaticano, como se la vuelven los místicos desde Emerson y Whitman a Tolstoi, y las sectas recientes derivadas del puro cristianismo, para las cuales lo importante es la acción social, la eliminación del dolor. Es que no nos cabe ya en la cabeza que debamos aceptar el dolor, que lo debamos justificar, que lo suframos cobardemente como expiación de nuestras culpas. Nos hemos examinado y nos hemos absuelto. Somos inocentes y pretendemos ser menos infelices.
Dentro de la Iglesia vemos un culto idolátrico; el bajo pueblo ario no ha salido del paganismo. Existen docenas de Cristos diferentes, centenares de Vírgenes Marías distintas y una innumerable caterva de santos. Cada fiel adora su pedacito de madera pintada, y no hallaréis un templo sencillamente consagrado a Dios. Roma trafica con fetiches. Por encima de los magos y curanderos de sacristía están los gerentes, muchos de ellos hombres superiores que, incapacitados de hacer religión, hacen política. El catolicismo es un partido, una burocracia, que se sostiene aún merced a su maravillosa estructura. La Iglesia sucumbirá por falta de fe; nada prueba mejor su irreparable anemia espiritual que la nulidad vergonzosa de sus edificios actuales y de sus imágenes; su literatura presente está impregnada de esa nauseabunda dulzarronería de lo que empieza a pudrirse. Quedan algunos núcleos vitales; varios obispos católicos de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos son de su tiempo, y la Inquisición los respeta, por no provocar cismas. Hay sacerdotes heroicos, como el padre Loisy, que se ríen de la cosmogonía del Génesis, y ¡ cuántos no sueñan a semejanza del Froment de Zola y del "santo" de Fogazzaro, con una regeneración del catolicismo! Pobres almas extraviadas en el sagrado ministerio, sufren y callan, agarrotadas por los concilios, y no se atreven a tocar a la formidable vieja, que por mucho que chochee en su agonía es siempre la Madre.
¡ Qué momento para desenterrar los pecados de Dios! Rechazamos a la persona Todopoderosa e infinitamente buena, no por absurda, sino por inmoral. Lo infinitamente bueno no es capaz, no, de aplastar a los niños de Messina para vengarse de la política de Combes y Clemenceau. Si es bueno es impotente como nosotros, y si es Omnipotente es perverso. El Dios que atormenta a los animales y a las plantas no es Dios, es el Demonio. Hace seis centurias la catástrofe hubiera hablado en su gloria; hoy sirve para procesarlo. Le hicimos perfecto, y por lo tanto inmóvil, inmutable; nosotros, desdichados pecadores, avanzamos- en el camino del bien, y dejamos atrás a nuestro Dios. Triste es decirlo, pues triste es también la muerte de los dioses: el Jehová pontificio se reduce a un vulgar homicida y la antropología italiana encontrará en él una ascendencia de epilépticos y de alcohólicos. El Papa estuvo torpe: nunca hubiera cometido tal error León XIII. Lo grave no es que se haya acusado a Dios de un crimen: lo grave es la infalibilidad de quien acusa.


JABÓN PARA LA SOGA

RUSIA se cubre de horcas. De cada horca pende una cuerda que hay que untar de jabón, para que el nudo corra bien y no sea preciso molestarse demasiado en tirar de los pies a las víctimas. Un bosque de horcas, porque la canalla enloquece; los campesinos tienen tanta hambre que se comen los muertos y muerden a los vivos; los estudiantes, justicieros suicidas, vagan con la aurora en los ojos y la dinamita en la mano. Horcas, más horcas; se condena a muerte por sustraer 25 kopecks (12 céntimos); es el duelo final entre los espasmos de la multitud y la bota del zar, del "padrecito", jefe de una secta cristiana. En las primeras Dumas había algunos hombres libres, lo que era intolerable; fueron perseguidos, encarcelados, deportados, torturados; la Duma actual es lo que debe ser, reaccionaria; se ahorca parlamentariamente. El 93 quedó vencido; la guillotina, humillada. ¡ En tres años, tres millones de rusos han pasado por la justicia! ¡Tres millones de presos confinados o ahorcados! ¡Y nos espantamos de los cien mil caídos en Messina! La naturaleza no igualará nunca en barbarie a la humanidad.
Ahorquen, sí; sálvese Rusia. Pero la horca cuesta dinero; supone policías que espíen y rastreen la presa, soldados y gendarmes que la cobren, carceleros que la guarden, juez que la condene, cura que la absuelva, verdugo que le ponga el nudo al cuello y ayudantes que tiren de los pies. El jabón con que se unta la soga es caro. El "padrecito" necesita recursos para ahorcar a sus hijos.
¡Recursos! ¿Dónde sacarlos, en un país devorado por la miseria y la ignorancia, medio demente a consecuencia del terror actual y del shock traumático de la guerra, debilitado por la emisión indefinida de papel, agobiado por la elefantíasis de una burocracia monstruosa, por los funcionarios infinitos que desde los palacios de Petersburgo y Moscú a la más humilde aldea, sólo se dedican a delatar y a robar?
¿Recursos? La noble Francia, la gran Inglaterra los proporcionarán. Francia lleva dados quince mil millones de francos. Inglaterra cubre con ella el último empréstito. Se trata de colocar los fondos, de hipotecar una nación enferma. Así se hizo con Turquía, donde los más feroces crímenes sociales fueron asesorados por el silencio de Europa. Es que el prestamista cuida del deudor, y los gobiernos clientes son sagrados. ¡ Las horcas que se han plantado con esos quince mil millones! Horcas respetables. ¿Qué habíamos creído? ¿Que el hombre se emancipa en un día? Estamos poco a poco descubriendo que las libertades políticas no desempeñan otra función sino la de suprimir rozamientos al mecanismo opresor del oro. Las leyes inglesas, honra del mundo, se declaran inaceptables en la India, donde no favorecen al capital. He aquí las palabras textuales de lord Morley en la Cámara: "No retiraremos al Poder Ejecutivo el derecho de desterrar, sin previo juicio, a los elementos peligrosos".
Tolstoi, en su famosa proclama de 1908, pedía para sí el nudo corredizo. El inmenso anciano, venerable bloque de granito que, como una cima evangélica se yergue sobre la desolación de la patria, fue respetado por los "verdaderos rusos", tal vez porque predicaba la no resistencia al mal, es decir, a ellos.
Pero si le ahorcan a pesar de todo, consuélese pensando que el jabón de la soga lo pagan los pueblos más libres y civilizados de la tierra.

LA APARICIÓN

Pío SE RETIRÓ aquella noche, asediado de grandiosos presentimientos. Sentía que en el cielo se ocupaban de él, que a veces la divinidad merodeaba en torno de él. Quizá fuera causa de tales mercedes su fe, intransigente, absoluta, invulnerable como el granito; nada mejor que el granito para sustentar la mole de la Iglesia: super hanc petram.. . Pío había condenado la ciencia actual, no por atea, sino por falsa. ¿A qué los laboratorios, cuando tenemos la revelación? Todo está en la Biblia. Al surgir el primer conflicto entre el libro de los libros y la naturaleza, debimos abandonarla, y comprender que nos mentía. Los fenómenos mienten; están de acuerdo con el diablo. La astronomía, la geología y la física verdaderas, las que nos hacen falta para salvarnos, están en el Génesis.
El vicario se acostó, pero el sueño huía de sus ojos. Dieron las doce, y una claridad extraña, difusa, bañó el aposento. ¿Sería otra vez Juana de Arco? Pío estuvo por acudir a la habitación próxima, donde reposaban el secretario y un mayordomo aficionado a la fotografía. La idea de retratar las apariciones no era mala; se puede anatematizar la ciencia en sus principios, y sin embargo acoger ciertas aplicacioncitas útiles hasta en la propaganda religiosa. Mas el favorecido de Dios temió desvanecer con un gesto el prodigio, y se mantuvo quieto, con el corazón palpitante. En el centro de la claridad una sombra traslúcida se fue cuajando, bruma irisada con los orientes del paraíso; una imagen al fin quedó formada, vibrante de una realidad tan soberanamente poderosa; de una vida tan alta y tan intensa, que los objetos circundantes parecieron perder su sustancia misma. Pío cayó de rodillas, con el espíritu sorbido. No era Juana, era María. Lo advirtió, más que en sus celestes pupilas maternales, en las estrellas que la coronaban, y en el pálido creciente que asomaba bajo sus pies infantiles. Así los atributos adoptados por la iconografía nos sirven para reconocer los visitantes del otro mundo.
María dijo:
—Esta mañana me aparecí modestamente a un empleado del ferrocarril. Le anuncié por el ventanillo de su escritorio que Messina no existirá dentro de dos días. A ti te anuncio además la ruina de Reggio. Se acerca el mayor cataclismo de la historia. Somos muy débiles allá arriba, Pío. Vemos el porvenir sin ser capaces de detenerlo, y envidiamos a los mortales que tampoco evitan el fatal futuro, pero siquiera lo ignoran. ¡Santo Dios! Esos niños destrozados... ¿por qué?, ¿por qué?
Y la Madre dejó rodar dos lágrimas hasta las manos trémulas de Pío.
Dos días después, la inmensa catástrofe. Y en el alma del Vicario, catástrofe doble. Su fe resistía, pero sangraba. Como hombre, como italiano, los horrores del terremoto le impresionaron al punto de perder la salud. Un áspero consuelo —el único— hubiera sido la certeza de que aquello era la voluntad del Eterno, y he aquí que la aparición de María le desconcertaba. Sabía cuan difícil es, en los expedientes de canonización, distinguir los milagros impostores de los divinos. El demonio también es mago, y más ingenioso que los ángeles. ¿Qué hacer? ¿Rechazar el dolor de la Madre, y aquellas lágrimas que perfumaban aún las manos creyentes? ¿Aceptar la impotencia del Todopoderoso? Y en la soledad de su magnífico palacio, el pobre Infalible luchaba con la incertidumbre

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D E I B L E R

FRANCIA, privada de guerras civiles y de corridas de toros, se iba quedando anémica. La pobrecita necesitaba sangre, y Deibler se la ha dado. Guando hablemos de franceses ilustres diremos: Poincaré, Anatole France, Rodin, Deibler. Pero Deibler, más que ninguno, llega al alma del pueblo. No solamente lo congrega y lo exalta, sino que lo alivia y después lo cura. En las bacanales de este imposible sileno se exprime la carne y no la vid; es otro mosto el que nos embriaga.
Sangre, zumo de la vida, rubor de la doncella, sagrada lascivia de la esposa, veneno del corazón enemigo, oculto río que bajo la piel late y arde y odia y ama, sangre de los desfloramientos, de los partos y de las agonías, sangre mágica, líquido único, ¿quién no ha sentido en el fondo tenebroso de sí mismo el ansia de verla y de saborearla? ¿Qué son nuestra fútil inteligencia, nuestra moral de ayer, ante el vértigo de esa sima deliciosa, abierta desde la eternidad? Bajo la paz enferma de nuestra extraña civilización, los años pasan a veces sin que se celebre el espectáculo supremo, la vuelta al rojo manantial, y entonces la multitud, ya enervada por crecientes armamentos que en vano le prometen la matanza, empieza a padecer la sorda nostalgia de la sangre.
¡ Oh, salvadora, dulcísima sangre, rica y tibia, eyaculada al sol por las carótidas! ¡ Bebed, hermanos! ¡ Gracias, Deibler! Dios, apenas creó los seres vivos, se enamoró de la sangre, instituyó el sacrificio; "el sacerdote degollará la ofrenda, y los hijos de Aarón esparcirán su sangre sobre el altar". Y más tarde fuimos nosotros los que quisimos la sangre de nuestro Dios. El gentío que aclamó en Bethuen al verdugo era el mismo que gritaba hace veinte siglos: "crucifícale". Y las pocas supersticiones vivaces que nos restan de la caduca religión católica son las que están impregnadas de sangre, las que nos muestran despedazado a Jesús, el lindo Jesús de cromo, el amante que favorece a sus santas predilectas, como a Margarita de Cortona, dándolas a chupar la llaga de su divino costado.
¿Será la envidia lo que nos lleva a linchar a los criminales? Ellos se saciaron por su mano su deseo, y a nosotros nos remorderá el no habernos atrevido nunca a dejar libre, siquiera una vez, la gran bestia fundamental. Hay algo de magnífico en los asesinos y en los suicidas. En lugar de obedecer a la muerte, la hicieron su esclava. Forzaron la naturaleza, se sustituyeron al destino, y rasgaron a puñaladas el velo misterioso ante el cual retrocedemos temblando. No os perdonaremos, reos en capilla, vuestras orgías solitarias. Buen Pollet, no nos invitaste. Un crimen egoísta debe ser pagado con el crimen colectivo. Buen Pollet, hábil bandido, astuto estratego del asalto, ¡ qué excelente guerrillero serías en defensa de la patria! ¿Por qué no entraste en una academia militar, y no dominaste tus instintos hasta el momento oportuno? Hubieras quizá honrado a tu país. Al menos sucumbiste con decencia. En tal trance no dijiste la frase prosaica de Goethe: "Ahora es la partida a más altas esferas". No; fuiste más original y más hondo: "¡ Mueran los curas!" Eres bueno, porque eres humano; eres como nosotros, que te hacemos guillotinar porque tenemos sed. Ven tú, Deibler, hijo de Aarón; degüella, esparce sangre.
Tú eres el héroe, y no esos jueces que no se animan a ejecutar lo que sentencian. Tú, y sólo tú, eres el cimiento social. Francia te adora.
¿Dónde está lo humano? ¿En los soldados y marinos que fueron en Messina piadosos por orden, o en los que se lanzaron inmediatamente sobre los moribundos, para arrancarles los dedos y las orejas adornados de joyas? Vivimos de la vida ajena; no hay pan para todos; subsistimos mediante la ruina de los demás, y nuestra felicidad es una forma de la desgracia del prójimo. El más inocente de nuestros juegos es un simulacro del feroz combate que jamás concluye. Seamos humanos. Confesemos nuestro amor a la sangre. ¡Gloria a Deibler, restaurador de la fiesta nacional! Amargo, muy amargo... pero por el sabor se conoce lo verdadero.

RETORNO